El Quindío y sus libros: un territorio que aún no despierta
Este artículo ofrece una mirada crítica y profundamente honesta sobre el estado de la lectura en el Quindío. Daniel Gómez, librero y propietario de Librerías Quijote, examina el territorio desde sus cifras reales y no desde los diagnósticos incompletos que suelen circular. A partir de la precariedad socioeconómica, la falta de estudios serios y el desigual comportamiento lector entre municipios, el texto retrata un departamento donde el libro aún no ocupa el lugar que debería en la vida pública ni en la visión de futuro. Más que una queja, el artículo plantea un llamado a la acción: repensar la lectura como política territorial y convertirla en un proyecto vivo y móvil que llegue a los espacios cotidianos donde la comunidad realmente transita. Es una invitación a asumir que la lectura no es un lujo, sino un camino para que el Quindío se comprenda mejor y pueda transformarse.
ARMENIA LEE
Daniel Gómez, librero y propietario de Librerías Quijote
5/8/20242 min read
Literatura, café, comunidad.
Hablar de lectura en el Quindío es enfrentarse a un espejo incómodo. Somos un departamento que presume paisaje, café y un carácter conversador casi mítico… pero al que todavía le cuesta aceptar que la lectura es una herramienta de desarrollo, no un accesorio cultural. Aquí, un libro sigue siendo más excepción que costumbre.
Las cifras del territorio explican parte del problema. Con más de 560 mil habitantes, el Quindío carga niveles altos de pobreza multidimensional, informalidad laboral y rezagos educativos que se agudizan en las zonas rurales. En ese contexto, el libro termina compitiendo con necesidades más urgentes, y la lectura se vuelve un acto de resistencia más que un hábito cotidiano.
A esto se suma un detalle casi absurdo: la principal encuesta nacional de hábitos de lectura intenta describirnos basándose en apenas dieciséis encuestas realizadas en Armenia. Pretender entender la vida lectora de un departamento entero a partir de un puñado de respuestas es como querer adivinar el clima del país viendo solo por una ventana: imposible, impreciso y profundamente injusto.
A falta de estudios rigurosos, los pocos indicadores locales nos obligan a leer entre líneas. Armenia, por ejemplo, apenas alcanzaba un promedio de cuatro libros leídos por persona la última vez que fue medida. Las visitas a las bibliotecas públicas pintan un contraste revelador: municipios pequeños como Buenavista registran miles de visitas por cada mil habitantes, mientras que la capital se queda rezagada. La lectura florece, curiosamente, donde la vida es más tranquila y la comunidad más cercana.
Como librero, veo esta realidad con una mezcla de preocupación y compromiso. Quijote no nació para servir solo a quienes ya leen; nació para abrir caminos donde antes ni siquiera había senderos. Pero esa labor exige más que tener estantes llenos: exige creatividad, constancia y un proyecto cultural que venga desde y para el territorio.
Por eso creo que el Quindío necesita replantear su relación con el libro. Las bibliotecas y librerías son fundamentales, sí, pero no pueden ser los únicos escenarios donde la lectura ocurre. Si queremos transformar nuestra cultura lectora, debemos llevar los libros a donde está la vida: parques, barrios, veredas, cafés, centros comerciales, colegios, ferias, plazas. La lectura debe dejar de ser un acto privado y convertirse en un encuentro social.
Mi propuesta es clara y alcanzable: construir una red móvil de lectura para el Quindío, una estrategia regional que conecte municipios, instituciones, escuelas, autores y espacios culturales. Un sistema que no espere al lector, sino que vaya por él. Que convierta la lectura en presencia diaria, no en evento extraordinario.
Porque si algo he aprendido es que los libros no transforman territorios cuando se quedan quietos; lo hacen cuando circulan, cuando provocan preguntas, cuando cambian conversaciones.
El Quindío tiene todo para construir una identidad lectora sólida: talento, memoria, creatividad, comunidad.
Nos falta asumir que el libro no es un lujo intelectual, sino una herramienta de futuro.
Un territorio que lee se entiende mejor a sí mismo.
Y un territorio que se entiende, cambia.
